martes, julio 11, 2006

Mensaje al viento Kóshkil

Vicente Herrera Márquez

Soy la pequeña y susurrante brisa, que a las veletas no las inquieta;
soy del valle o la montaña, según de donde venga, depende donde vaya.
Soy la ráfaga mensajera de los vientos, que la rosa recorre sin cesar;
la que viaja por Cáncer, Capricornio, también Meridiano y Ecuador.
Soy la portante de mensajes, de los vientos que arrasan o acarician;
de los cálidos y ululantes y también de aquellos fríos y bramantes.
Soy confidente de los suaves y húmedos Céfiros y Auras por igual;
también del Monzón con el Siroco, además del Cierzo y el Mistral.
Conozco y soy aliada del Pampero y los Alisios, Tramontana y el Simún.
Saben de mí las tormentas boreales, las australes tempestades y
los vientos borrascosos, horadantes de roca en el norte y en el sur,
que con cinceles de hielo, acantilan costas y fiordos en muro colosal.

Viniendo del norte y del oeste, escalando montañas y trepando volcanes,
señor de llanuras y mesetas: Kóshkil, viejo, fiero y grande ogro patagón,
hoy paso a saludarte y darte un mensaje que en mis ondas traigo para ti.
Sabiendo de mí paso por tus tierras en demanda del Antártico glacial,
desde Arauco, allende el colosal Ande, el Puelche tu hermano viento,
que baja de la montaña y azota al pueblo mapuche en su camino al mar;
ayer, tarde de julio, con sol de invierno, muy airado, de un soplo lo redactó.
Llevadlo dijo: lo más pronto, por las corrientes, que sepa el viento del sur :
Hoy en mis tierras, con canas añosas, se encontraron dos hermanos.
Había distancias que no las andaban, caminos que no transitaban.
Pero si se acordaban de un viento fuerte, que hace una vida, los separó.
Y ese viento, vientos del mundo, quiero que sepan que fue el Kóshkil.

No estaban tan lejos, sabían de ellos, a un tercio de día, no más que eso.
Distancia de años, voces silentes, encuentros truncos, cariño inerte.
Quizás fue el viento, que hace ya tiempo, por dos caminos los arrojó.
No hubo lágrimas, ningún lamento, ningún reproche, ningún tormento.
Los dos pensaron que fue aquel viento que el carácter duro les modelo,
Recordaron, que de muy niños, el regazo materno el viento se los quitó.
Mas adelante al pobre padre, también con saña, un día de otoño, se lo llevó.
Ese maldito viento que a dos retoños, por patagonia, solos, echó a volar.
No te preocupes, viejo perverso, no te maldicen ellos, lo hago yo.
Yo soy tu hermano y tengo derechos, pues, hijos de Eolo somos los dos,
y todos los vientos, muy bien sabemos, por esta brisa que comunica,
que tú no quieres a los que llegan, ansiosos, de echar raíces en tu región.

Pero no importa viento Kóshkil, ellos no te maldicen, ni te reprochan.
Quizás te añoran y talvez quisieran sentir en su cara tu ventarrón.
Mas te agradecen que hayas curtido su cuero, cual del piche, caparazón;
que con tu soplo, modelaras facciones, escultor soberbio de vibrante voz;
y en carrera, cual maras, por las llanuras, a sus pies les dieras celeridad.
Que con tu frió cortante convirtieras sus manos en herramientas de modelar.
Te agradecen que a sus ojos los dotaras para ver de cerca y en lontananza;
que a sus oídos dieras, aunque en trueno resonaras, silencio para escuchar;
y a sus cuerdas vocales y gargantas brioso caudal de voz que derramar.
Que abrieras sus pensamientos a todas las posturas, ideas y creencias;
enseñaras a sus mentes, a idealizar quimeras y también vivir la realidad;
y que dieras a sus pechos capacidad y resonancia, para gritar libertad.


Se acordaron, entre risas, de las boinas y pelotas que hacías tu rodar;
y aquel barrilete hermoso, de mil colores, que les quitaste una navidad.
Recordaron el calafate, la mata negra, amarilla, la corralera y el avestruz.
Con cariño, la gente buena, que en los momentos de mas penuria, los cobijó.
Nombraron a las maestras, todos los nombres, Julia del Carmen sobresalió.
Añoraron los fríos inviernos, la nieve, también la escarcha y la cerrazón;
en el día corriendo por cañadones y en la noche rascando los sabañones.
También se acordaron del mate amargo, el puchero, la polenta y el pororó;
noches heladas, calentadas con brasas de leña y alumbradas por un candil.
Con nostalgia, se acordaron de aquel pan dulce y la sidra por navidad;
y el Día de Reyes que celebraban, con juguetes, que a todos los niños pobres
Evita, todos los años, les regalaba y en tren llegaban al correo o la estación.

Por eso soberbio viento del sur, todos los vientos del mundo te lo pedimos:
Mueve veletas, gira molinos, silba entre ramas de molles y espinos
eleva cometas, arrea guanacos, reseca las pampas, arrasa mesetas.
Destruye estructuras caducas y añejas, derrumba los muros de la arrogancia;
con suavidad mece las cunas y con violencia remece inconciencias.
No derribes al débil, respeta a los niños y techos que cobijan pobreza.
Mas nunca, te pido, hermano querido, dividas caminos, separes hermanos
Para que siempre, nadie, te diga maldito y todos te nombren: viento bendito.
Y aquí termina el mensaje que el Puelche, enojado, me pidió traer.
Si tú quieres por aquí vuelvo y respuesta a tu viento hermano, puedo llevar,
si no sigo por las corrientes, llevando y trayendo mensajes a todos los vientos;
de norte a sur, del oeste al este; siendo, para ellos, el heraldo de todo avatar.

Narcisario

Vicente Herrera Márquez
Un pequeño homenaje a un lustrabotas soñador.





El viento sopla sibilante y el vendaval arrecia.
Rondan fantasmas, en la noche comodorense.
Del cementerio se levantan y fluyen hacia el centro,
las almas de atrevidos e insignes inmigrantes;
son almas soñadoras, allí vienen los padres de mi padre,
que desde allende el ancho mar y la alta cordillera,
en barcos y en carretas llegaron a estas tierras;
trabajaron, dejaron descendencia y sembraron libertad.
En el cerro, envuelto por oscuros nubarrones,
se reúne, altiva, una comparsa de almas milenarias.
Son inmensos, ataviados con pieles de guanacos;
guerreros, cazadores, soberbios trashumantes.
Son tehuelches y mapuches, los Hombres de la Tierra.
También mis ancestros, allí están los padres de mi madre,
que con lanzas, arcos y flechas se disponen a bajar,
en fila por senderos estrechos, al ritmo del cultrún.
Las libélulas eléctricas de nocturnas luminarias,
rasgan las sombras y horadan la noche del vendaval,
y al reflejarse en el brillo plateado de tu casco
son rayos que iluminan un sinfín corso de almas,
que contigo en andas suben y bajan por San Martín.
De lo alto del cerro, furioso, te nombra el viento.
Sirenas de barcos, tristes, lo hacen, también, del mar.
Son tus amigos: el cerro, el muelle, la loma, el mar;
son las esquinas, las marquesinas y las vidrieras.
Todos están de luto y todos te vienen a despedir.
Sentado en tu vieja esquina, la esquina del lustrador,
observo el corso de almas, que te viene a recibir;
mientras mis manos hurgan en el fondo de tu cajón,
buscando algún testamento que diga a quien le dejaste
esa gran fortuna, que te dio el cerro, el viento y la calle
aquella que no compra, no vende, no pesa ni brilla,
pero todo el mundo anhela y se llama libertad.
Pasara tiempo, morirán los viejos, crecerán los niños.
Se multiplicaran los molinos, se sumaran vientos.
Cuando el Chenque, su cumbre, baje a nivel del mar,
socavado por manos mestizas que con miles de palas
el orgullo ancestral del cerro por el golfo derramaran.
Desafiando a Neptuno, imbatible y recio, allí estarás,
con cepillo y pomada negra lustrando las rocas del malecón.
Cuando los años, inviernos y hombres pasen
y el mar reclame, lo que el hombre y cerro le arrebató
aún muchos, en Comodoro, con nostalgia, se acordarán
del viejo iluso de barba blanca, con dedos teñidos por el betún,
que daba brillo en la esquina, de Belgrano con San Martín
y escondía quimeras, bajo su casco brillante, de plata y mar.


En un río de vino tinto

Vicente Herrera Márquez

En un río de vino tinto quiero aplacar mi sed
y en ese caudal, torrente de mosto oscuro,
ahogar, quisiera, toda la pena
que ha dejado tu desamor.

En un río de vino tinto quiero lavar mis labios
del rojo de los tuyos, con sumo color rubí
y borrar para siempre los besos
que aún se marcan mi piel.

En un río de vino tinto quiero hundir el recuerdo
de tu mirada y el verdemar de tus ojos,
que no supieron mirarme
como te miraba yo.

En un río de vino tinto quiero opacar mis pupilas
Espejos de cristal cansados de contemplar,
los surcos que en mi marcaste
labrados con tu desdén.

En un río de vino tinto espero sofocar las llamas,
apagar las brasas que todavía crepitan,
y transformar en ceniza y polvo
la hoguera de la pasión.

En un río de vino tinto quiero alcanzar las olas,
olvidarme de ti y morir en un mar de sal,
habiendo purgado en alcohol
el pecado de querer.

jueves, junio 15, 2006

Dame

Vicente Herrera Márquez


Dame amor un momento,
y te doy todo el tiempo del tiempo...

Dame una sola palabra,
para explicarte que siente mi alma...

Dame una frase corta,
para escribirte las mil de la vida...

Dame en la escala una nota
para darte el universo en sinfonía...

Dame el pie para un verso,
y en cuartetas te cuento la historia...

Dame un grano de arena,
Para con roca edificar tu morada...

Dame una pequeña semilla,
Para darte el huerto de la abundancia...

Dame un sorbo de agua,
para darte un manantial cristalino...

Dame un suspiro de aliento,
para tus sueños llenarlos de amor...

Dame mujer amada una vida,
para vivirla por ti.

Mejor dame, ingrata, otra vida
para olvidarme de ti.

Camino roto

Vicente Herrera Márquez

¿En que etapa del destino
Se trizó nuestro camino?
Hoy por mas que lo intento
no lo puedo recordar.
¿Será posible parcharlo
para empezar otra vez?
Sinceramente, no creo,
es mejor parar un minuto
y razonar sin pasión.
Porque esa pequeña grieta
con el tiempo será un abismo
imposible de cruzar.
Es mejor seguir amigos
con una simple fisura
y no terminar enemigos,
ni llegar a la locura
de aniquilar al rival.
Ancho es el camino de la vida
y todos cabemos en el,
podemos seguir igual rumbo,
aunque en distinto carril.