Vicente Herrera Márquez
Me
voy por un río de vientos y vino tinto,
aunque
me haga el sordo, me llaman los caminos,
me
llaman mis camaradas, los poetas viejos,
los
amigos de antaño y siempre, entre ellos el tinto del vino.
Me está
llamando a recorrerla, la ruta hacia el destino,
que
me debe estar esperando a la vuelta de la esquina.
No
sé si algo dejo olvidado en algún cuaderno escondido,
algunas
letras enredadas en una cabellera rubia
o un par de lágrimas en ojos de color indefinido.
Quise
dejar poemas y los dejé en el libro de visitas.
Quise
dejar sentimientos y los dejé en un corazón de mujer.
Quise
lograr amistades con mis trovas, no sé si lo logré.
Para
ello había que pagar con trueque de palabras,
algunas pequeñas mentiras y unas cuantas gotas de
hipocresía.
La
tarifa en realidad no era alta, pero era precio interesado.
Yo
no le cobro al que quiera leer mis letras, tampoco pido leerlas
sólo
las escribo y expongo, y allí quedan
mansas a la lectura,
en
un estante de libros o en un anaquel virtual.
Aunque
valgan oro para mí, no tienen precio de
venta,
pues,
el maestro que me enseñó a escribir por ello no me cobró.
Por
eso, mis palabras son sentimientos que grito al viento
y
letras libres que sin fronteras quieren
volar.
Me
voy, si alguien quiere saber dónde estoy, donde voy,
saber
si vivo, saber si he muerto, saber si escribo,
escríbanme, mi dirección y mi buzón viajan conmigo.
Pierdan
cuidado, las cartas van a llegar y respuesta van a tener.
Y
recuerden que el solo leerlo ya es
premio para el que escribe.
Siempre
sabré de ustedes también mi pantalla me acompaña
y si
alguien me quiere leer o encontrar, busquen en cualquier parte,
busquen
en día claro, busquen en noche oscura y en internet
en
un romance furtivo, en el bar de la esquina y en el viento tibio.
Soy como el caracol que lleva su casa al hombro
y va
dibujando un rastro por el camino que le toca andar.