Vicente Herrera Márquez
Abro mi ventana, falta un cuarto a las dos de la mañana.
Me acarician los vapores, tibios, que suben del asfalto.
Son vapores de la lluvia que ha caído por dos días,
que al mezclarse con sudores y el humo de camiones,
mas olores de comidas y el aroma a orina de rincones,
impregna el aire de las calles con perfume de ciudad.
Se escucha una gata que pregona su agosto adelantado,
llamando insistente al peludo vagabundo de tejados.
Más allá llenan el silencio los quejidos liberados
y suspiros cadenciosos de una hembra complacida.
Un vagabundo explica el mundo, a un semáforo apagado,
y un borracho llora alcohol en los brazos de un farol.
Cuando cierro la ventana, justo a las dos de la mañana,
corro las cortinas y me escondo en mi reducto sin olor.
Enciendo la pantalla que en colores muestra el mundo,
veo lo mismo que en la calle, tal vez con más color.
Veo al vagabundo y el semáforo, al borracho y el farol.
Pero no es lo mismo, pues carece del perfume de ciudad.
1 comentario:
Escribes como los ángeles.
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