Hay algo que el
tiempo…
con sus años
nunca me ha enseñado,
pues sin pensarlo
ni quererlo, me sigo enamorando.
¿A quién culpar?
¿A la razón o al
corazón?
¿Qué tiene o
quiere la mente?
¿Qué pretende ese
músculo en el pecho?
Imposible
saberlo, si el corazón solamente es una
bomba
y la mente es un
complejo inexplicable de razones sin razón.
Ninguno puede
incidir en los dictados sensoriales y ancestrales,
que marcan el
ritmo, los compases, los deseos y los absurdos del amor.
El amor está en
el aire, en una mirada o en simplemente una palabra.
Está en el aroma
de una flor y en el olor que brota por los poros de una piel.
Está en los
caminos, en los cuadernos, está en las palabras que se escriben
con pluma de
hombre o de mujer y tinta destilada de una coincidencia.
Está donde no se
busca ni se espera porque solo es un capricho del trayecto.
Me doy cuenta que
el tiempo de mis años ha sido mezquino en su enseñanza.
Quizás ha dejado
que yo aprenda a través de los inviernos y los baches del camino,
a no buscar en
espacios elegidos, puede estar en cualquier lugar insospechado.
Puede estar en la
vereda del frente o en un extremo de otro continente,
en el asiento
vecino del tren del destino, o escondido entre las letras de un poema.
Pero con esto,
aquello y con todo, sabiendo o aprendiendo, me sigo enamorando.
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