martes, julio 11, 2006

Narcisario

Vicente Herrera Márquez
Un pequeño homenaje a un lustrabotas soñador.





El viento sopla sibilante y el vendaval arrecia.
Rondan fantasmas, en la noche comodorense.
Del cementerio se levantan y fluyen hacia el centro,
las almas de atrevidos e insignes inmigrantes;
son almas soñadoras, allí vienen los padres de mi padre,
que desde allende el ancho mar y la alta cordillera,
en barcos y en carretas llegaron a estas tierras;
trabajaron, dejaron descendencia y sembraron libertad.
En el cerro, envuelto por oscuros nubarrones,
se reúne, altiva, una comparsa de almas milenarias.
Son inmensos, ataviados con pieles de guanacos;
guerreros, cazadores, soberbios trashumantes.
Son tehuelches y mapuches, los Hombres de la Tierra.
También mis ancestros, allí están los padres de mi madre,
que con lanzas, arcos y flechas se disponen a bajar,
en fila por senderos estrechos, al ritmo del cultrún.
Las libélulas eléctricas de nocturnas luminarias,
rasgan las sombras y horadan la noche del vendaval,
y al reflejarse en el brillo plateado de tu casco
son rayos que iluminan un sinfín corso de almas,
que contigo en andas suben y bajan por San Martín.
De lo alto del cerro, furioso, te nombra el viento.
Sirenas de barcos, tristes, lo hacen, también, del mar.
Son tus amigos: el cerro, el muelle, la loma, el mar;
son las esquinas, las marquesinas y las vidrieras.
Todos están de luto y todos te vienen a despedir.
Sentado en tu vieja esquina, la esquina del lustrador,
observo el corso de almas, que te viene a recibir;
mientras mis manos hurgan en el fondo de tu cajón,
buscando algún testamento que diga a quien le dejaste
esa gran fortuna, que te dio el cerro, el viento y la calle
aquella que no compra, no vende, no pesa ni brilla,
pero todo el mundo anhela y se llama libertad.
Pasara tiempo, morirán los viejos, crecerán los niños.
Se multiplicaran los molinos, se sumaran vientos.
Cuando el Chenque, su cumbre, baje a nivel del mar,
socavado por manos mestizas que con miles de palas
el orgullo ancestral del cerro por el golfo derramaran.
Desafiando a Neptuno, imbatible y recio, allí estarás,
con cepillo y pomada negra lustrando las rocas del malecón.
Cuando los años, inviernos y hombres pasen
y el mar reclame, lo que el hombre y cerro le arrebató
aún muchos, en Comodoro, con nostalgia, se acordarán
del viejo iluso de barba blanca, con dedos teñidos por el betún,
que daba brillo en la esquina, de Belgrano con San Martín
y escondía quimeras, bajo su casco brillante, de plata y mar.


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