Un ciento de
polillas quieren atrapar la luz difusa de la lámpara sucia,
se acercan, se
alejan, se acercan, se queman sus alas inquietas.
Apago la luz, se
van.
La vuelvo a
encender y vuelven raudas queriendo beber esa luz,
sin importarles
que el fuego eléctrico cobre intereses
y achicharre a
las más osadas que quieren el vidrio besar.
Veo una, dos,
tres, cuatro, que caen en picada, inmoladas,
y van a parar
justo en las olas que se agitan en mi copa de ron.
Mientras como
polillas rondan mi cabeza recién rapada,
una bandada de
letras dispersas que recogí en el día,
mientras me
cortaba el pelo,
caminaba calles,
miraba las nubes y compraba el pan.
Ahí están ahora
volando igual que las polillas,
buscando un verso
que las contenga y les dé su razón de ser.
En ese vuelo loco
también algunas de tanto esperar se cansan
y en vuelo
rasante se ahogan en mi copa de licor.
Pasa la hora, las
polillas se cansaron y emigraron buscando el sueño,
mientras que el
mío, a pesar del ron no quiere llegar.
Las letras me
están toreando y la pantalla es el ruedo
que incita a
escribir los versos que le prometí a la que me tiene sin sueño.
La noche ya se
hace día, ya está cantando la alondra,
y en su escondite
del árbol un búho se va quedando dormido.
La copa quedó
vacía, ron con polillas y letras de un sorbo la bebí…
… y ahora sí,
ahora ya siento el teclado, mis dedos parecen las polillas
que inquietas
volaban y se incineraban buscando luz.
Vengan las letras
que vuelan, ya tengo pensado un enjambre de palabras
para llenar
páginas y páginas con poemas para mi
amada.
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