sábado, febrero 07, 2015

Las espigas del sendero



Buscando caminos perdidos en el laberinto de mis tiempos,
cuando ya desfallecía y la veleta no señalaba rumbos
y ni siquiera encontraba la ruta de una brisa extraviada,
encontré un sendero nuevo que me incitó a seguir.
Era una huella angosta que luego se fue ensanchando
hasta transformarse en un entramado de caminos,
esparcidos en una gran extensión que latía con un solo corazón.
Y no sé si fue locura, extravío o un resto de cordura,
lo que apuró mi paso para entrar con un poco de temor por esa red
y recorrer esas sendas nuevas con todos sus atajos y cientos de desvíos.
Cada sendero tenía su propio color, sus altibajos, lomajes y llanuras
y aun así, con diferencias, todos tenían el mismo olor.
En parajes corrían riachuelos que buscaban algo especial,
en otros crecían espigas que no eran doradas…
¡Eran color azabache intenso!
Largas y sedosas en tierras altas y ensortijadas en tierras bajas.
Otros trepaban montes y como volcanes en la cima estallaban
donde los senderos producían miel que invitaban al viajero libar.
Muchos  se perdían en bajíos profundos buscando humedad
y renacían en planicies que animaban al pasajero avanzar.
Voy recorriendo esos senderos sin importar cuan largos son,
porque revivieron sueños truncos y le dieron bríos a mis manos exhaustas.
Y no me voy  a arrepentir de entrar, correr, bañarme en aguas tranquilas;
libar miel de los montes, enredarme en espigas morenas;
deslizarme por dunas suaves,  hundirme en profundidades;
renacer en remansos extensos y apagar la sed con agua fresca.
Quiero seguir corriendo y viviendo por esas sensaciones  nuevas
y hasta morir y revivir quisiera en esos caminos,
que dibujan arabescos en la blanca geografía de tu piel.

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