Susurrando me hablabas:
Entra me decías y entré en
tu puerto;
entra me decías y entré en
tu templo;
entra me decías y entré en
tus sueños.
Y por tus susurros entré en
tu vida.
Y por tus pasos entré en tu
camino;
por
tus besos entré en tu huerto;
por el
sudor de tu piel entré en tu fuente;
por la ventana de tu mirada entré en tu
mente;
por tus
senderos de mujer ardiente entré en tu
cuerpo.
Y por tu concierto de
orgasmos encadenados,
entré, enloquecí y quedé preso… en tu cárcel
de pasión.
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