Cuando la tierra tiembla se sacude el frágil
hilo de la vida,
se remece el montón de
años acumulados y se agitan los recuerdos más guardados
Al pensar en el remezón
final que puede derrumbar los muros de la casa
y destruir la endeble
estructura de nuestro propio edificio
personal,
nos damos cuenta que
hay palabras que escondimos y nunca las dijimos,
como así también hechos
que disfrazamos con atuendos convenientes
o situaciones que mentimos, escondiendo tras un
muro imaginario de vergüenza
y que hoy sentimos la
imperiosa voluntad postrera de traerlos y mostrarlos al presente.
El remezón final para
muchos no llegó, entre ellos yo, soy afortunado.
¿Soy afortunado?
Pienso en las próximas
réplicas o en el próximo sismo de nuestro calendario andino
y creo que es la hora
de decir las palabras que el miedo y la vergüenza por años callaron.
También mostrar los
hechos que por mezquinos intereses se prefieren ocultar
y otras situaciones que
por convivencia y decoro social no es bueno comentar.
Pero los años, las
buenas y malas experiencia enseñan
cuánto vale la verdad
y cuanto mejor hubiera
sido que en el momento preciso no se
hubiera escondido.
Creo que es hora de
comenzar a hablar antes que llegue el próximo remezón.
Pues las palabras,
aunque duras, pueden evitar a tiempo un terremoto personal.
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