lunes, abril 09, 2012

Arcoiris de buganvilias

Vicente Herrera Márquez


La calle a esa hora, después de mediodía, está desierta.
Desde la ventana, con ojos de cielo, ella admira su jardín
y saluda al viejo jardinero que acaba de llegar.
El jardín pavonea sus colores
y el verdor del césped desafía e insulta al gris asfalto de la calle.
El sol arremete furioso con rayos de fuego y luz,
hiriendo la espalda encorvada del viejo jardinero
que empujando su máquina va tarareanddo segando el césped.
Luego con tijeras esculpe caprichos en las verdes ligustrinas.
Su azada remueve la tierra, sus manos recogen piedras intrusas,
luego quitan ramas secas y acomoda franjas de colores,
que dan forma al arcoíris pintado con pequeñas florecillas
y brácteas blancas, rojas, azules, amarillas, rosadas y violetas,
de las abundantes y coloridas buganvilias que desafían al sol.
Con mayor esmero las rosadas y amarillas, que son las preferidas,
de la hermosa dueña de aquellos ojos que admiran su trabajo.
Con cuidado quita flores secas y poda los rosales,
arregla los macizos de pensamientos, vincas, petunias y cinerarias.
Descansa y consume un refresco que le traen unos ojos color jardín,
fuma tranquilo un cigarrillo y ordena sus propios pensamientos.
Al final del día riega, mira y admira su obra terminada.

El sol desciende tras el liquidámbar, jacarandaes y abedules,
con un hasta pronto o vuelvo tal día, se va el jardinero.
Lleva en su bolsillo el equivalente al trabajo de una semana,
lleva en su espalda encorvada las saetas ardientes del sol,
lleva en su cara y sus brazos el color de la tierra y polen de alelíes,
y lleva en su cuerpo el cansancio acumulado en una vida.
Pero va contento en su bicicleta desafiando el asfalto,
que aún caliente, poco a poco, el anochecer le va quitando su ardor.
Pero no le importa el calor ni el cansancio del día y de la vida,
pues, lleva en su bolsillo el pan para mañana y monedas para cigarrillos,
en su memoria un arcoíris de buganvilias blancas, rojas, rosadas, amarillas...
y en su mirar varonil una sonrisa y el guiño de un par de ojos color jardín.

Nota del autor: La buganvilia es capaz de resistir todos los climas, especialmente los cálidos y secos. Produce toda gama de colores en sus "flores", que en realidad no lo son, sino hojas modificadas. La flor verdadera es blanca y diminuta, rodeada de esas hojas modificadas que se llaman "brácteas".

©Derechos Reservados.

En cuarto creciente

Vicente Herrera Márquez


Trato de escribir algo.
La ventana de internet me mira de norte a sur.
De sur a norte a través de los vidrios la veo a ella,
que va displicente en cuarto creciente.
Es tarde, la medianoche hace rato se fue a dormir,
hace calor, mi torso desnudo se envuelve con brisa tibia
que entra por la ventana donde la veo a ella,
que indiferente sigue avanzando en cuarto creciente.
Veo que lentamente cambia de vidrio y corre buscando al sol.
La noche que empezó larga ya no lo es tanto y otra hora marca el reloj.
Las letras, que yo esperaba, aun no llegan,
los dedos tamborilean impacientes y el teclado espera.
¿Estarán detenidas en los semáforos que se quedaron en luces rojas?
¿Se habrán perdido por autopistas y avenidas de la ciudad?
¿Se enredaron en cabelleras de calles alegres y pecadoras?
¿O pasaron a algún bar a confabularse y trazar un plan,
para que yo escriba lo que ellas quieran y no lo que sienta yo?
No se dan cuenta que mientras la noche corre,
que mientras la luna crece e incitante se acerca al sol,
que mientras el nivel del vino baja en la copa,
sorbo a sorbo va menguando mi reserva de inspiración.
Cuando lleguen, si es que llegan, estaré dormido
y mis palabras pensadas o las que ellas querían que yo escribiera
al irse la noche se perderán, cuando la luna excitada copule con el sol.

©Derechos Reservados.

Historias e Historia

Vicente Herrera Márquez


Conozco la historia.
Es cierto, conozco mi historia
y estoy conciente que también existe tu historia.
¿Cuál es verdadera? ¿La tuya o la mía?
Las dos son verdaderas.
Reconozco la tuya, por favor reconoce la mía.
Por circunstancias de la vida y las pasiones del hombre,
en busca de una utopía, estuvimos en la misma guerra.
Guerra que hicimos desde trincheras contrarias,
con distinta bandera, distinto ideal, distinto interés,
y es muy posible que matáramos por el mismo fin.
Por eso la historia no es una,
es la tuya, es la mía, también la del vecino, la del amigo,
y por lógica también lo es la del ocasional enemigo.
La historia importante es la que queda.

Es la que queda después de silenciar los cañones;
después de maldecir, llorar y calmar las pasiones;
después de levantar a los hermanos caídos;
después de recoger y enterrar a los muertos;
después de restañar las heridas del cuerpo y del alma;
después de reconocer los errores de cada trinchera;
después de volver a encontrarnos en franca mirada
y adoptar lo bueno y desechar lo malo, de cada una de ellas;
después de darnos la mano sin manchas de sangre
y después de honrar a todos los muertos,
a los tuyos y los míos, a los míos y los tuyos.
Por eso amigo mío, la historia no es una ni todas,
la Historia es la suma, sin restar ni una coma, ni un muerto,
de cada una de nuestras propias historias.

©Derechos Reservados.


Mi graduación

Vicente Herrera Márquez


Cuando en algún momento del tiempo
alguien o algunos me den el titulo de poeta,
ya no estaré, hará tiempo que no estaré,
para levantar mi copa por ello.
Pero mis huesos,
si es que algunos quedan y pueden,
zapatearan y bailaran
la cueca que nunca en vida supe bailar.
Y mi pluma que en algún lugar olvidado
estará durmiendo mi ausencia,
despertará y evocando sentires de antaño
dibujará los versos que no alcance a escribir.
Y mi teclado,
¡Ese teclado hecho pluma!
Ese teclado con restos de queso y empanadas,
ese teclado manchado con gotas de vino y de ron,
recordará y sólo tecleará los momentos
que vio besos, caricias, y aquel orgasmo final.
Cuando me nombren poeta, si así fuera, serán otros tiempos.
Será tiempo de otra democracia o quizás de un tirano,
que quiso aprovechar mis versos para darle sentido a su fin.
Será espacio de carreteras en el aire y viajes instantáneos.
Será tiempo de aire envasado en burbujas de material desechable,
que en el tiempo restante no se podrá degradar.
Sera algún momento del periplo de la Vía Láctea,
en que la poesía será un bien de consumo solo de los marginados.
Si así llegara a ser,
con toda razón mis huesos orgullosos bailarán cueca,
y la pluma, y el teclado, hembra y macho de la escritura,
en concubinato virtual gritaran en orgasmo,
porque mi poesía en el tiempo logró conquistar un sitial.

©Derechos Reservados.

Que nadie limpie mi teclado

Vicente Herrera Márquez


Nunca sacudan ni limpien mi teclado,
cuando tenga tiempo, yo mismo lo quiero hacer.
Hay que hacerlo con cuidado y esmero,
un poco de voluntad y saber por dónde empezar.
Tiene polvo de tiempo de versos olvidados,
tiene polvo de la calle que entra por la ventana,
polvo cósmico que recogió mi pelo en el viento
y polvo respirado con ácaros causantes de mi alergia.
Entre sus teclas, hay migas de pan integral y galletas de fibra.
restos de empanadas, queso y pequeñas semillas.
Manchas de té, café instantáneo y también de grano,
muchas de vino, muchas de ron y muchas de Martini.
Unas cuantas de vodka, también alguna de perfume
y hasta puede haber aureolas de lágrimas perdidas.
Y hay otra parte donde sé que mucho voy a encontrar.
Es bajo la costra que el tiempo fue formando sobre de las teclas
compuesta de polvo, sudor digital y humedad de alcohol.
Allí, con certeza, lo que más puede haber son palabras perdidas,
perdidas después de una discusión, un adiós o de una borrachera.
A todas esas palabras y letras dispersas quiero recoger
porque pienso que con ellas, algunas que puedo inventar
y otras tantas que olvidé debajo del espaciador,
más las que están enredadas en la rueda del mouse,
pueda quizás, con calma, paciencia, puntos y comas,
darle forma y sentido a ese poema que siempre quise escribir.

©Derechos Reservados.

Por la cara y por la cruz

Vicente Herrera Márquez


He transitado por el anverso y el reverso,
por el asfalto y a campo traviesa,
por lo rubio de la espiga y por el color de tu pelo.
He conocido la ruta negra y el sendero blanco
y en todo camino he apostado por la cara y por la cruz.
Así es la vida, está en la cara o en la cruz,
nunca se da de canto, no hay mitad, hay cara y cruz.
Es una o es la otra y no hay más
y en la que toque la música hay que aprenderla a bailar.
Difícil transitar al filo, aunque el hipócrita puede hacerlo,
también el especulador y por cierto que el tahúr.
Pero cualquiera de ellos si resbale y cae
se dará cuenta que en cualquiera de los lados,
por singular que sea,
también lleva impresa la cara y también tiene la cruz.
Continuaré recorriendo caminos del color que sean
y en el juego de la vida conoceré el real color de tu pelo,
mirando a tus ojos y siempre apostando a la cara o la cruz.


 ©Derechos Reservados.

Mañana, mañana...

Vicente Herrera Márquez