jueves, febrero 17, 2011

27 de febrero, año 2010

Vicente Herrera Márquez

La energía de la tierra por años contenida,
ya no cabía en sus entrañas, era tanta que pujaba.
Pujó, pujó y parió destrucción descontrolada,
por una brecha que abrió entre placas tectónicas
en el sur del mundo entre mar bravío y cordillera altiva.

Se liberó una vez más.
Sí, se liberó y se paseó por Chile como bestia reprimida.
Asolando la noche tranquila,
destruyendo voluntades y esperanzas,
arrasando en el campo las mieses que doraban
y en el mar tragando redes recolectoras del sustento diario.

Se liberó otra vez.
Sí, se liberó y recorrió caminos conocidos,
destruyendo estructuras viejas de adobes y maderos
carcomidos por los años y el tiempo de la historia,
que había olvidado derribar en su pretérita visita,
y también inclinando torres de cemento, sudor y acero
erigidas desafiando al cielo cual débiles Babel.
Luego se envolvió en manto de oscuridad para segar vidas
con implacable guadaña destructora.

Y la tierra se sacudió.
Y la noche con luna creciente, casi llena,
fue cómplice de las fuerzas desatadas
que arrasaron implacables con el fruto
de cuerpos cansados que dormían,
y las ilusiones pintadas con colores futuristas
de inquietos espíritus nuevos que soñaban.
Desde más allá de los límites marcados por los ríos,
Mapocho por el norte y Biobío por el sur,
en madrugada sabatina de 27 de febrero,
mes aún vestido con ropas veraniegas y color de vacaciones,
se sintió el ondular crepitante de la tierra
y la furia irascible de las olas.

Y el mar se encabritó.
Y la aguas recogidas se alzaron en olas destructoras,
hambrientas de pueblos costeros
que se reponían del sueño interrumpido por las sacudidas
que produjo el iracundo enojo de la tierra.
Y ávidas cual gárgolas coléricas se esparcieron por las playas
cobrando el tributo por la pesca y el trabajo de una vida.
Engullendo casas, lanchas, botes, redes,
fábricas, usinas, plazas, parques y años de construir hogares.
Y como hydra iracunda, de mil cabezas,
arrastrando a sus entrañas cuerpos plenos de vigor.

Y la naturaleza se enojó.
Se enojó y siguió sacudiendo campos y ciudades,
asolando todo con saña desatada.
Derrumbando escuelas y jardines infantiles.
No respetó iglesias ni hospitales.
Arrastró, ciega, autos caros y pobres carretas;
mansiones con jardines y viviendas proletarias.
No discriminó, fue democrática. ¿Acaso fue justa?
Se ensaño y le quitó al rico y al pobre por igual

Y brotaron alimañas.
Sí, de entre los escombros y lamentos brotaron alimañas,
que al igual que buitres hambrientos se regocijaron
en la destruida propiedad ajena
y como vampiros sedientos bebieron
de la sangre magullada del hermano.
Brotaron de las grietas de la tierra y de las rendijas sociales,
cubriendo con una mancha de tinta oscura
las blancas páginas escritas por un pueblo sufrido y laborioso.

Y renació la esperanza.
Sí, renació la esperanza, y pronta renació la esperanza.
Desde los extremos geográficos del largo país
y desde los extremos sociales y políticos del angosto país,
surgió un grito de unión y un llamado solidario.
Todos olvidaron diferencias, todos cooperaron y todos trabajaron.
Y al unísono con el temblar de la tierra latieron corazones.
Y hoy la destrucción deja pasos a cimientos más firmes
y estructuras tejidas con buen acero y normas respetadas,
que puedan resistir, en dos o tres décadas más,
el próximo aborto de la furia que contengan las entrañas de la tierra.

sábado, febrero 12, 2011

Que no se apague el fuego

Vicente Herrera Márquez

Ponle leña al fuego, no lo dejes apagar.
Mientras las brasas crepitan
los recuerdos se van hilando
y en los telares del tiempo el pasado van tejiendo.

Ponle leña al fuego, que no se apague la luz.
Ayuda a las llamas, que rasguen la oscuridad,
que rompan las penumbras e iluminen los senderos,
y no tropiecen los fantasmas que vienen del ayer.

Ponle leña al fuego que no se extinga el calor,
para que aquel que llegue con la noche fría
desentuma la memoria, se acuerde de recordar
y nos cuente con ardor las vivencias de su andar.

Ponle leña al fuego que dure hasta el amanecer
que no se apaguen los leños ni las brasas del pasado,
que no se hagan cenizas ni tizones del rescoldo,
que se mantengan ardiendo para iluminar el presente.

Ponle leña al fuego, que se haga verano el invierno
que las nieves de las sienes se hagan ríos de recuerdos
y no permitan que el frío congele las vivencias,
que en estos tiempos viejos nos renuevan la juventud.

jueves, febrero 03, 2011

Extraños y extranjeros

Vicente Herrera Márquez
Me nombras con rabia extranjero.
¿Por qué?
¿Será que mi piel es de matices más claros u oscuros,
distintos al color de tus ojos y la ropa que vistes?
¿Por qué te devuelves con desprecio a mirarme?
¿Por qué me mides de arriba hasta el suelo?
¿Acaso medimos distinto?
¿O tu piso está más alto que el mío?
¿Será porque hago el trabajo que a ti te denigra?
¿Será porque vivo más allá del margen de tu ciudad?
¿Será mi acento, mi ropa sencilla?
¿Será mi olor, mi vergüenza, mi forma de hablar?
¿Serán mis creencias, a veces a las tuyas iguales?
¿Será que temes al misterio que traigo de tierras remotas?
¿O será que piensas que soy más que tú?

Te cuento.
¿Quieres que te cuente?
Te cuento:
Mi país no es peor que el tuyo,
tampoco es mejor,
es distinto.
Yo no soy menos que tú,
tú no eres más que yo,
somos distintos.
Es cierto, hay distancias.
Entre lo negro y lo blanco, hay grises.
Entre conocimiento e ignorancia, hay voluntades.
Entre opulencia y carencia, hay dinero.
Entre ser y querer ser, hay esperanzas y sueños.
Eso también nos hace distintos.
Así es, no somos iguales, pero en el fondo
y no tan al fondo, todos somos casi iguales.
Porque la verdad sea dicha y me duele decirlo,
en mi tierra lejana, ni peor ni mejor, pero distinta a la tuya,
si un día cualquiera tú llegas a ella,
también con rabia te dirán extranjero.
Ya lo ves, no eres tú, no soy yo.
¿La verdad?
Todos somos extraños y extranjeros.