Vicente Herrera Márquez
El día estaba gris y desolado,
me acompañaban mi gato compañero,
un diario de la tarde,
en el aire un disco de Piazzola
y desesperada, buscando libertad, una mosca en la ventana.
Pensaba yo en cruentas batallas ganadas
y alguna, sin razón ni consecuencia, guerra perdida.
Quería escribir, creo que podía, pero letras no había.
Quería beber, sed tenía y vino, sí, había.
De repente ruidos y risas y la música del ding-dong
Llegaron poetisas
en cierne con inquietudes nuevas,
aladas cual golondrinas en ráfagas de viento,
otras montadas en corceles con ruedas
y muchas nómades
caminantes.
También llegaron poetas bohemios,
con versos y romances enredados en las barbas,
algunos con pluma en ristre y escudos de pergamino,
otros con lápiz de grafito y cuadernos ajados
y más de alguno con algo para acompañar el vino.
Llegaron poetisas y poetas a regalarme poesía,
con voz clara a recitar, cantar y conversar,
y por el andar del camino, llegaron todos con sed;
sed de buen vino, hambre
de escribir y ganas de vivir.
Y escribimos, escribimos, recitamos y cantamos,
a lo bueno de la vida y a lo malo del camino,
a lo oscuro del
destino y a la luz del nuevo día,
a lo amargo del desdén y al dulzor de los besos.
Matamos la sed, revivimos
esperanzas truncas
y reanudamos la amistad perdida u olvidada.
Y amamos, amamos las letras y los versos
amamos el color y el calor del vino,
brindamos por la vida, por Neruda y el abecedario,
acariciamos el lomo del gato compañero,
y abriendo la ventana, sin importar el frío,
a la mosca prisionera le regalamos libertad.
©Derechos Reservados.
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